Hola, soy Ada, la narradora de este blog, que sólo parece abandonado pero que, en realidad, no lo está. He andado por ahí, lejos de Brocelandia, y no he tenido tiempo de escribir. Hoy vuelvo al bosque para hablar de una novela que ha conseguido alegrarme la semana: “Esto no es una historia de amor”, de José Antonio Pérez Ledo, que se presenta a sí mismo en su web (http://mimesacojea.com/) como “guionista, director de televisión y (ejem) novelista”.
Desde luego, no hay por qué carraspear después de haber escrito esta historia que algo de amor sí que tiene, aunque sobre todo me ha parecido un talentoso ejercicio de reflexión-sobre-la-marcha. Una brillante divagación que el protagonista, Daniel Durán, 35 años, soltero e hijo único, cocina en su cabeza sobre lo que le ocurre después de conocer a Eva.
La trama es sencilla: Daniel se conforma con escribir, por encargo, biografías-regalo para hombres de negocios que se jubilan. Así gana dinero con cierta regularidad y puede mantener su independencia, aunque escribir ficción es lo que verdaderamente le gustaría. A raíz de uno de esos encargos, conoce a la hija del biografiado y comienza para él un vía crucis emocional hacia… lo que sea que un tipo de sus características experimente a los treinta y cinco. Y ahí es donde el libro rezuma inteligencia, humor y una realidad hiperestésica que se ciñe, con rigor, al punto de vista del personaje: un treintañero que no quiere tragarse lo que cuentan las novelas, las películas, o las campañas de marketing sobre el concepto de amor romántico.
Durán, nacido en 1980, hijo de las libertades de la “movida” y de la transición democrática, educado, como él mismo reconoce, entre la generación X y la Y, bajo la protección de una burbuja familiar que prolonga la adolescencia hasta bien entrada la treintena -con la merma que para la madurez supone colocarse siempre en el papel de vástago sin responsabilidades-, se ve enfrentado, de pronto, a Eva Montéis, hija de un empresario rico y ambicioso, que ha vivido la muerte de su madre y el abandono paterno con una buena dosis de rebeldía y rencor. Y en ese encuentro, que se traduce rápidamente en atracción y en una relación amorosa cada vez más adictiva, Daniel se encuentra con la necesidad de estar a la altura, de aprender que no todo consiste en intelectualizar la vida para evitar el bochorno de reconocer que uno tiene sentimientos incontrolables, absurdos, que lo hacen caer en eso que el mercado, con gran capacidad de observación, ha terminado colocando en el eje del marketing sentimental. Hablar de sentimientos, asumir los cambios que el paso del tiempo obliga a realizar, hablarle a un padre de adulto a adulto, decidir qué hacer con el futuro profesional, son asuntos que el protagonista rehúye con verdadera angustia porque son, en realidad, señal de que ya ha tocado a su fin el tiempo de la infancia. Lo que queda, en adelante, es otra cosa. (más…)